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La fe, Narnia y los campamentos…


Cuando ya estamos a las puertas de una Semana Santa donde Dios nos ofrece su amor redentor, toda la Iglesia se prepara para responder a esa oferta diciéndole al Señor que sí, que realmente queremos vivir santamente, que queremos que Él viva en nosotros. Eso se hará realidad en la Solemne Vigilia Pascual donde cada uno de nosotros renovaremos con alegría nuestras promesas bautismales.

Cuando decimos “creo en Dios” lo que decimos es “me fío de Ti, me entrego a Ti, Señor”. Pero no como el que recurre a alguien en los momentos de dificultad puntuales. Decir “Señor, yo creo en Ti” significa fundar mi vida en Él y dejar que su palabra sea la Luz que oriente nuestras vidas sin miedo a perder algo de nosotros mismos. Cuando en el Bautismo se pregunta “¿Creéis?” en el Padre, en Jesucristo, en el Espíritu Santo, en la Iglesia… todos nosotros respondemos “sí, creo” y lo hacemos en singular, porque es nuestra vida personal la que con el don de la fe cambia, y se orienta conforme al fin feliz para el que hemos sido creados.

Creer en Dios nos hace, por lo tanto, portadores de valores que a menudo no coinciden con la moda y la opinión del momento, nos pide adoptar criterios y asumir comportamientos que no pertenecen al modo de pensar común. El cristiano no debe tener miedo a ir a contracorriente.

En muchas de nuestras sociedades Dios se ha convertido en el gran ausente y en su lugar hay muchos ídolos, ídolos muy diversos. Los notables progresos de la ciencia y de la técnica también han inducido al hombre a una ilusión de omnipotencia y de autosuficiencia; y un creciente egocentrismo ha creado no pocos desequilibrios en el seno de las relaciones interpersonales y de los comportamientos sociales.

Ahora bien, la sed que el hombre tiene de Dios no se ha apagado y el Evangelio sigue resonando a través de las vidas de tantas personas de fe. El ejemplo de Abrahán, el padre de los creyentes, nos estimula a aceptar caminar tras sus huellas y a ponernos en camino en obediencia a la llamada divina, confiando en la presencia del Señor y acogiendo su bendición para convertirnos en bendición para todos viviendo la vida de Dios. Es el bendito mundo de la fe al que todos estamos llamados, para caminar sin miedo siguiendo al Señor Jesucristo.

Decir en la Vigilia Pascual, “creo en Dios” nos impulsa, entonces, a ponernos en camino, a salir continuamente de nosotros mismos, justamente como lo hiciera Abrahán, o la mismísima “Mater”, para llevar a la realidad cotidiana en la que vivimos la certeza que nos viene de la fe: la certeza de la presencia de Dios en nuestra historia. Una presencia que trae vida y salvación, y nos abre a un futuro con Él para una plenitud de vida que jamás conocerá el ocaso.

Esto no sería posible sin la experiencia de la Iglesia que es la prolongación de la Encarnación del Hijo de Dios. Es la Iglesia la que nos abre las puertas del armario de “Narnia” y que nos hace presente toda la explosión de vida que aconteció en la Pascua haciéndonos contemporáneos de la Vida del Señor.

Todo esto, lo recuerdo muy bien, comenzó para mí en un campamento de verano. Un campamento que me ofrecía la expectativa de disfrutar de la montaña una vez más, pero que se desarrolló en unas condiciones climáticas (lluvia durante quince días) que hicieron que se asomara un futuro incierto y desolador para mí. Aún recuerdo cómo me rebelaba como “gato panza arriba”, porque la luz de Jesús me estaba esperando y yo estaba en las tinieblas. La experiencia de vida, de Iglesia que yo tuve aquellos días quedará grabada en mi alma para siempre. Porque en aquellos días yo toqué a Jesús en la misa, aprendí a rezar con sencillez y con humildad, disfruté de los desayunos, comidas y cenas; conocí la amistad; lo pasé en grande con unas sencillas veladas, juegos y deportes; aprendí a valorar todos los regalos con los que Dios me estaba bendiciendo en mi vida. Aprendí a respirar y vivir conforme a un plan feliz de Dios… sin móviles, sin tabletas, sin TV… por eso, ¡por eso! recomiendo el campamento del Colegio a vuestros hijos.

¡Feliz Pascua!

Borja Hernando Trancho

Capellán